Muñeca, hermana querida, me arbolizó
encontrarte calada relámpago sobre la juguetería, en el bronco espasmo de la
sombra y los rayos. Eso es más que alegrarse, es abrazarte estrella fugaz en la
orilla de Mar del Plata. (Siempre que pienso en este mar, lo imagino a Jesús
sentado frente a vos, con el pelo predicho de libros, de viento. No hay otros
órganos más que los suyos. Es una tarde de todo gris, hasta la arena, pero sus
manos dicen el relieve y la temperatura de los otros colores). Hace una semana
de mañanas atrás encontré un muñeco budú a dos casas, en el cantero de un
naranjo que desde que lo conozco tiene una cadena en el tronco (yo lo llamo El
esclavo... vaya uno a saber qué gusanos habitados en su fruto). Estaba atado
con innumerables cintas, clavado a un tablero negro y náufrago en polenta y
azúcar. Le saqué fotos, niñita creí que le harían velorio digno al poco rato, y
no sabría cómo describir tanta asfixia y desnudez de bichos sobre un pecho,
pero hasta los perros decidieron cagar lejos y aún sigue ahí; ese cerrar
deliberado los tímpanos ante el océano de un travesti. Cada vez que pasaba lo
miraba con cierta compasión que no me gustaba nada, pero qué puede hacer un
presidiario por otro, más que recitarle a lo hondo tus poemas de amor, y
repasar compulsiva el código precesal penal sin saber por qué. A los dos días
la casa del Esclavo fue vallada por terreno en derrumbe y de propaganda pegaron
afiches de un recital de Rata Blanca (escucho tu risa por los detalles que
decido). También ese mismo día tuve mi primer dolor desfigurado de clítoris. Ya
sabés que con estas cosas además de desbordarme de pudor como río psicópata, me
abro de taquicardia y termino con cáncer yahoo, y eso que me tenía advertida de
hace tiempo ya, el no navegar cuando la hipocondría. Me enojé mucho con el
dolor amputando el territorio que grita el orgasmo, porque si sabré yo eso de
estar a solas con mi Vida Privada. He llorado Tucumán, como si hubiese perdido
al hijo con la mujer amada, así que decidí eliminar las fotos del infeliz hijo
de puto y quedarme con tus poemas recitados para mí, esa es la única brujería a
la que me quiero acercar siempre, aunque ya no estén tus manos. Le hago suspiro
no vidente a los hombres que ensordecen la letra y pongo tu nombre en el
imperio de la luna.
Lucía