la placidez de la mañana

Noelia, mi siempre ave:

Te escribe la que soy con el cuerpo gritando en fiebre (la melliza que no parece invierno). El lenguaje de la enfermedad habla feo, escupe, dice flema pero es el de verdad. Por la mañana un recuerdo de delirio cuando yo tenía cuatro años: la fiebre como firmamento y en el techo giraba el ventilador de mi primera casa. Se rompía y las aletas cayéndome sobre la cabeza. El mellizo con mi misma edad de ahora le pedía a su madre que ocupasen las manos en caricias solo para ellos. Empecé a toser, esa música le hizo mal a los huesos, abrí los ojos y la verdad era que tenía la cabeza lastimada, que la sangre se había ido a la garganta y que me ahogaba el lazo familiar ausente. Por momentos me encuentro pidiendo que alguien llame a mi hermano y a mi madre, que vengan a amarse delante mío, que yo estoy enferma y sola. Hay otro dolor de verdad; mostrarme hacía los leones y jurar repararme con las puertas y las ventanas desgarradas. No es fácil invitar al viento para curarme. Pero quiero hacerlo, no quiero volverme hacia el frío. Prefiero esta enfermedad de amenazarme y estudiar el vértigo.
Quiero estar bien para abrazarte Noelia. Para enseñarte que será amor, el velorio que deja el amor cuando se va.
Un trébol y la estrella fugaz.

 
Niniane Kelley


Lucía,

Metete la estrella fugaz en el culo y haceme lucecitas.
Cómo se te ocurre que el amor es el velorio del amor. Por ejemplo, yo dibujo el odio sobre el tapiz de todo lo que se extingue, y perdura. Imaginate mis muchos bracitos dibujando sombras para adorar. Sombras y sombras que apaguen y enciendan la habitación y te rodeen y no sepas cómo salir. El odio asfixia, eso es la belleza. 

Alberto dijo en un poema: "El odio, /amor dado vuelta, /araña la placidez de la mañana."

Del otro lado de la ventana está el algo, latiendo y es luz. Pero está poblada de cosas absurdas.
Entonces el tapiz de lo extinguido se cuelga como un cuadro que pende de mis ojos. Hice dos alcantarillas hermosas con mis ojos para verlos supurar cada vez que voy al espejo.

-Afuera hay un hombre que golpea. Es hermoso y nuevo como siempre la música. Dice que quiere aprender a hacer llover porque yo se lo he pedido. También dice que soy bonita. No le voy a enseñar el odio, y creo que ya conoce la belleza.-

Vos, a tu familia le debés la tos convulsa y la fiebre hecha de tu nombre verde árbol. 
Un asco porque los bichos constantemente hacen la volandería del suicidio.
Te hablo en serio, Lucía, el odio a veces es tan suave que acaricia y enamora.
Sigo dibujándolo en sombra tornasolada.

Sigo hundiéndome, a lo mejor si me buscás palabra por palabra, enlazada a la noche, te doy el portazo, el golpe verdadero hacia falta mucho, o nunca.  



*para leer el poema completo de Alberto Ramponelli: ACÁ